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Navegar la oscuridad

Foto del escritor: Tania Y MTania Y M

Actualizado: 28 dic 2024

La primera vez que me invitaron a la incertidumbre y el terror de la oscuridad fue cuando tenía unos 11 años, después de que muriera mi abuela. Ella era alguien a quien amaba y alguien que me amaba. Al no haber experimentado nunca la muerte de un ser querido, esta experiencia me arrojó a la soledad y el terror que puede traer la oscuridad: me desperté muchas veces en mitad de la noche aterrada. Pasé horas pensando en cómo la oscuridad y el frío podían estar experimentando mi nina en su tumba y luego mi imaginación me llevaba a imaginarme enterrada sola, en ese espacio confinado, gritando.


No sabía entonces que la oscuridad no era eso y que mi experiencia había sido tocada por el silencio y la frialdad insondables de la muerte. Sin embargo, pasé muchos años temiendo a la noche; preguntándome sobre las sombras y los monstruos que acechaban en ella.


Antes de esta experiencia, la oscuridad de la noche había sido el manto que cubría las historias paranormales de niños sentados en círculo. Había sido el trasfondo de las peregrinaciones vecinales durante la temporada navideña y el escenario perfecto para jugar a las escondidas. La noche había significado abrazos con mamá mientras veíamos los programas de televisión o las telenovelas de la noche.


Queridos, por favor perdónenme si dedico un poco más de tiempo a estos relatos personales. No se desanimen, les prometo que voy a llegar a un punto menos personal.


El trauma me confinó a la luz del día, a la sensación de seguridad que me brindaba poder ver. También me llevo a confiar, de sobremanera, en las luces artificiales de la ciudad.


En el 2018 viajé a Nicaragua y me hospedé en casa de una de las familias de una cooperativa de café. Otra persona y yo compartimos una habitación en la parte trasera de la casa. El baño estaba a unos 12 pies de la habitación. Fui al baño en la noche y aquí está la reflexión que escribí entonces:


"Pero ahora que estuve en Nicaragua quedé sorprendida por la oscuridad. Cuando se apagaron las luces, esperé unos momentos a que mis ojos se ajustaran al cambio de luz....y nada. No importa que tanto intentara abrirlos o fijar mi mirada en un punto fijo.

Era una oscuridad distinta a la que hasta entonces conocía; no daba miedo aunque era densa. Completamente negra, pero cargada con un sentido de tranquilidad hasta entonces inimaginable para mí. Me sentí completamente acogida y el tiempo se detuvo un instante.

Y así de fácil quedé prendada de ella, y ahora quiero más de esa oscuridad, de esa calma, de volver a sentirme disolver con todo a mi alrededor."


La oscuridad ha sido simbólica para que los humanos hablen de los momentos de sus vidas en los que les cuesta concebir el momento siguiente. Una dificultad o una pérdida nos puede llevar a un espacio en el que se desafía nuestro sentido de ser en el mundo. Perdemos de vista las posibilidades. Esta experiencia de sentirnos en la oscuridad es siempre una experiencia interna. Es como si nuestro espíritu hubiera perdido la brújula que lo guiaba antes. Otra metáfora de este estado del ser es la de estar en un bosque oscuro o en el inframundo. La sensación de incertidumbre que trae consigo este período de tiempo puede inhabilitar nuestra capacidad de percibir lo que todavía está ahí, lo que no hemos perdido, lo que todavía está vivo.


Un viaje espiritual no ocurre únicamente a la luz del día, uno debe atravesar los períodos de incertidumbre que seguramente vendrán a encontrarnos. Pero nuestros viajes espirituales y nuestro propio crecimiento nos ayudarán a recordar que la oscuridad no solo se trata de terror y monstruos acechantes, sino de mucho más.


Moverse a través de la oscuridad nos obliga a reducir la velocidad y a considerar lo que es más importante para nosotros. Nos resulta útil recordar que la oscuridad que experimentamos durante los tiempos de incertidumbre es la misma oscuridad que ha acunado nuestros sueños y que nos ha permitido crecer en el pasado. La oscuridad también viene a hacernos descansar y, en ese descanso, a ayudarnos a crecer. Es un elemento necesario en nuestro viaje.


La oscuridad requiere una forma diferente de ver y de navegar por el mundo. Nos invita a dejar de depender de nuestra visión y a abrirnos a los regalos que pueden brindarnos nuestros otros sentidos y percepciones. Es un camino de intención; cada paso, cada movimiento, cada respiración. Pero también es un camino de recordar que en la oscuridad del útero fuimos creados.


No siempre puedo navegar sola en la oscuridad y no espero que nadie más lo haga. Parte de perder nuestra capacidad de ver incluye, a veces, nuestra capacidad de reconocer que hay quienes pueden estar dispuestos a acompañarnos en nuestro viaje. He aprendido a extender la mano, a pedir ayuda cuando el camino que estoy siguiendo se vuelve demasiado abrumador. Navegar por la oscuridad requiere una forma de rendirse a lo que es, pero también de rendirse al estado de inocencia, de no saber, donde podemos apoyarnos en nuestra ignorancia y buscar la ayuda de quienes la han atravesado antes que nosotros.


Cada vez que cruzamos la oscuridad, nos convertimos en alguien nuevo. Nos desprendemos de partes de nosotros mismos y, en la oscuridad, incubamos las semillas del crecimiento que están a punto de brotar. Regresamos al vientre del mundo y somos invitados a darnos a luz una y otra vez.

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