He estado pensando en los umbrales, en el andar de nuestra vida y en cómo nuestra ruta nos acerca a los momentos en los que nos encontramos en el umbral de un nuevo lugar. También he estado pensando en el espacio del umbral, ese breve espacio entre dos lugares, dos realidades; el breve espacio que alberga tanto las promesas de lo que está por venir como los recuerdos de lo que nos está dejando. Los umbrales no siempre son espacios fáciles de habitar; también pueden ser aterradores. Una cosa es cierta, en esos espacios se revela mucho sobre nosotros mismos.
Los umbrales son como espejos. La anticipación de lo que está por venir puede generar tanto emoción como miedo. Pero el umbral en sí, como espacio físico o momento en el tiempo, no es el contenedor de ninguno de ellos. En todo caso, el umbral es el espejo que se sostiene ante nosotros para que podamos ver lo que está presente en nosotros, para que podamos explorar lo que esas emociones nos dicen sobre las cosas que amamos, sobre lo que nos importa, sobre cómo nos percibimos o entendemos a nosotros mismos.
Los umbrales encierran una promesa. El camino que hay más allá del umbral en el que nos encontramos todavía no está trazado, pero el territorio ya parece muy diferente del que dejamos atrás. Cruzamos umbrales porque creemos en lo que hay más allá de ellos: propósito, sanación, plenitud, o aventura. Cada viajero puede definir por sí mismo cuál es la promesa que ese umbral guarda. Es importante mencionar que, a veces, esas promesas no las conocemos del todo, que no siempre estamos seguros de qué es lo que hay más allá del umbral. En esos casos, nos aferramos suavemente a la esperanza de que más allá del umbral, tal vez, haya algo de bondad esperándonos.
Los umbrales son momentos para hacer una pausa. El camino que hay detrás del umbral no se puede volver a recorrer. Reconocer un umbral puede darnos un momento para reflexionar sobre lo que ha sido el viaje para nosotros. Para regocijarnos en lo bueno, para soltar lo que ha sido difícil, para elegir lo que queremos traer con nosotros. A menos que las circunstancias nos obliguen, no es mala idea pasar un poco de tiempo aquí hasta que nos sintamos llamados a dar un paso hacia adelante para cruzar el umbral.
A veces el umbral no conduce a una sola puerta, sino a varias. No importa cuál elijamos, sabemos que nuestras vidas cambiarán para siempre. A veces dudamos en cruzar el umbral porque tememos no solo lo que está por delante, sino quizás, aún más, perder lo que estamos dejando atrás.
Los umbrales no siempre son fáciles de reconocer, a veces nos damos cuenta de que los cruzamos después del hecho. Pero son más comunes de lo que esperamos, son simples y tan ordinarios que no logramos reconocer su importancia. Sabemos que cambiar de escuela, cambiar de trabajo, cumplir un hito en la vida, tomar una gran decisión son momentos importantes, pero hay otros que son más ordinarios; como decir adiós a las cosas simples que luego reconocemos como importantes. Algunos umbrales no los elegimos, sino que la vida nos los presenta, inesperadamente y no nos queda de otra más que seguir avanzando.
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