Una de las bendiciones de pasar los cuarenta ha sido el regalo de la claridad. Claridad para ver personas y sucesos tal cual, y claridad de recordar que no lo sé todo y que no lo puedo ver todo.
Siempre me he sentido más cómoda en espacios complejos, en espacios intermedios donde nada está claramente delineado sino que tengo que asumir el sostener la tensión de contradicciones y de conocimiento en proceso. Ese espacio llamado Nepantla según mis antepasados.
Pero ese regalo de claridad me ha permitido reconocer cuando he sido amada, aceptada, valorada...no porque me lo merezca, sino a pesar de mis orillas puntiagudas y en crecimiento. Es un regalo verdadero el amor...que no se puede pedir ni exigir, que es da de manera libre y desinteresada. A mis 42 sé que he sido amada y que he amado. He sido bendecida con la compañía de mi familia, de mi esposo, de mis hijas y de mis amigas. La vida me ha negado muchas veces lo que le he pedido, pero nunca me ha dejado sin lo que he necesitado.
Es cierto que en ocasiones exijo más a la vida o reclamo lo injusto de ciertas experiencias hasta que alguien me recuerda que en esta vida no hay promesas de nada. Que la vida no nos promete solo días de calma o presentarnos una sola crisis a la vez. Pero lo mismo es con las alegrías y los días de sol. Además, he descubierto que ha sido en los momentos más difíciles de mi vida en los que mi corazón se ha abierto más al mundo y en los que he sido sostenida por Dios y que ha sido ella quien me ha llevado de la mano por mis noches más oscuras.
Sigo en búsqueda y esta será tal vez la historia de mi vida...siempre en búsqueda pero ahora con más claridad y repletas las manos de agradecimientos.
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