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Sobre la pérdida y el duelo

“El duelo se divide en dos partes. La primera es la pérdida. El segundo es la reconstrucción de la vida”. -Anne Roiphe


Muchas personas, a nuestro alrededor, viven el duelo de pérdidas que sienten que no tienen espacio para compartir o que no reconocen como pérdidas. Parte de la responsabilidad de esta situación es la comprensión a menudo estrecha que tenemos de la pérdida, usualmente limitada a las pérdidas de seres queridos que han fallecido. Pero constantemente experimentamos diferentes tipos de pérdidas que impactan nuestras vidas en pequeñas y substanciales maneras. El ampliar nuestro entendimiento de la pérdida nos permite mirar algunas de nuestras experiencias de vida desde una nueva perspectiva. El ampliar nuestra comprensión de la pérdida nos invita a ser más compasivos con nosotros mismos y con los que nos rodean.

La pérdida y el duelo son constantes en mi trabajo como capellán y estas son algunas de las cosas que he aprendido:
 
La pérdida puede ser acumulativa.
La mayoría de las veces, la pérdida que experimentan las personas trae a colación muchas pérdidas similares que habían experimentado antes. El dolor y la pena son entonces exponencialmente mayores de lo que creen que debería ser. No sólo experimentan el dolor de la pérdida actual, sino también el dolor acumulado de todas las pérdidas anteriores que han vivido. En mi encuentro con personas, mientras luchan con su crisis actual, en la conversación, comienzan a enumerar, inconscientemente, todas las pérdidas anteriores que tuvieron: las muchas personas de su familia que murieron antes, o la pérdida de sus trabajos, hogares, relaciones. Para ellos, entonces, todo les parece demasiado, porque es demasiado. En estos casos, les puede ser útil comprender que, de hecho, están experimentando un dolor acumulativo y no solo el peso aplastante de la pérdida actual. Eso les da la oportunidad de hacer una pausa y mirar su dolor de maneras que no habían considerado antes.

La pérdida y el duelo son personales y sólo pueden ser medidos por el individuo.
Lo que puede ser visto como una pequeña pérdida para una persona puede ser experimentado como una gran pérdida para otra persona y viceversa. La única persona que puede medir el impacto de la pérdida es el individuo. Si alguna vez encuentra a alguien que está en duelo, es importante brindarle un espacio que le permita expresar y explorar su relación y su respuesta a la pérdida. Cuando una persona comparte con nosotros, escuchamos y somos testigos de sus luchas y de su dolor, pero no podemos decidir si su duelo es demasiado o muy poco. Sí podemos aprender a dejar espacio exactamente para la experiencia que traen.

Hay muchos tipos de pérdidas.
La mayoría de las personas no tienen problemas para empatizar con el sufrimiento de alguien que perdió a un ser querido o con pérdidas catastróficas, pero otras pérdidas como pérdidas de amistades, comunidad, sentido de significado e identidad, perder un hogar, tener que mudarse a otro país, la deportación, etc., puede que no evoquen el mismo tipo de simpatía, pero aun así pueden impactar profundamente al individuo o a una comunidad. Estas pérdidas más pequeñas, y a menudo no reconocidas, también pueden acumularse y, dado que la gente no tiende a pensar en ellas como pérdidas, a menudo se trivializan negándole el espacio necesario para procesar y sanar estas pérdidas al individuo. Estas pérdidas pueden manifestarse como temor, ira, tristeza y anhelo en la persona que los experimentó.

Las cinco puertas del duelo de Francis Weller ofrecen una opción para un acercamiento ampliado a la pérdida:
1ra Puerta: Todo lo que amas lo perderás
2da Puerta: Los lugares (o partes nuestras) que no han conocido el amor
3ra Puerta: Los dolores del mundo
4ta Puerta: Lo que se esperaba y nunca se recibió
5ta Puerta: Dolor ancestral

Estas cinco puertas del duelo son la base de un taller que ofreceré este verano. Puedes leer más sobre esto en su libro “The Wild Edge of Sorrow”. Y la tercera puerta, los dolores del mundo, se ha abierto para muchos de nosotros al ser testigos de la guerra en Gaza, los efectos del cambio climático y el sufrimiento continuo causado por los humanos. Necesitamos desesperadamente espacios donde podamos llorar colectivamente y, en nuestro duelo, animarnos unos a otros a denunciar el sufrimiento que vemos causado en nuestro entorno.

La pérdida puede ser gradual.
A veces la pérdida ocurre con el tiempo. Es gradual, lenta y se extiende a lo largo de un período de tiempo. El duelo por esta pérdida también puede ser gradual y confuso. La persona puede sentir que no debería lamentarse por lo que aún no ha perdido, pero todos los días ocurren pequeñas pérdidas en su vida. Esas pérdidas menores también deben ser honradas.

La pérdida puede dejarnos en un espacio de confusión e incertidumbre.
Francis Weller describe la pérdida como un desarraigo; somos llevados de una realidad a otra, muchas veces, de forma inesperada. Hay una confusión en la experiencia que a menudo deja al individuo preguntándose cómo seguir adelante, cómo afrontar la nueva realidad y cómo entenderse a sí mismo después de esa pérdida. También puede haber resistencia a aceptar el nuevo terreno en el que hemos sido plantados.

Dolor después de la pérdida

El dolor que acompaña a la pérdida es el anhelo de lo que solía estar aquí, de la certeza de la presencia o la realidad, ya sea real o la expectativa de un futuro imaginado que ya no se materializará. Ya sea una experiencia vivida o la esperanza puesta en un sueño de un futuro diferente al que se vive.

Cuando perdemos algo o a alguien, no sólo perdemos a la persona o la cosa, sino también la vida futura que habíamos imaginado para nosotros y la vida que era reconfortante, familiar, conocida. Hemos sido desarraigados y plantados en una nueva realidad.

Nuestra cultura carece de espacios donde podamos reunirnos como comunidad para llorar. Quiero que recordemos que somos guardianes unos de otros; que estamos conectados de manera visible e invisible y que, como comunidad, todos podemos desempeñar un papel en la curación y el consuelo que podemos brindarnos unos a otros.

Somos guardianes mutuos, cuidándonos unos a otros. Nuestras propias pérdidas pueden ayudarnos a conectarnos con los demás, a comprender sus pérdidas y a ofrecerles empatía y compasión. Para rehacer una vida no necesitamos tener las palabras adecuadas, ni todas las respuestas. Ni siquiera necesitamos saber adónde nos llevará el camino, pero podría bastar con hacer una pausa y reconocer lo que falta. Para empezar, podría ser suficiente recordarnos a nosotros mismos, y a los demás, que todavía estamos sostenidos por el misterio de la vida, por un amor más allá de nuestra comprensión, que tan a menudo se manifiesta en los rostros y la presencia de quienes nos rodean, quienes gentil y silenciosamente crean espacio para nosotros mientras lloramos; tal vez por el momento solo sea necesario prestar atención a las formas en que la vida todavía nos llama.

Querida amiga, ¿cómo está tu dolor hoy?
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