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Dos metáforas que me ayudan a mantener los pies sobre la tierra en tiempos difíciles son la metáfora de la montaña y la metáfora del agua. Ambas son útiles para replantear la experiencia del caos que me rodea y evitar que caiga en la desesperanza.
En el horizonte, la montaña se alza sobre pueblos y rascacielos. Guardiana del tiempo. La montaña es testigo del paso del tiempo y de los cambios que trae consigo: gente que va y viene, edificios que se levantan y se derriban, ciudades enteras que cambian de carácter a través del tiempo, animales que deambulan por sus faldas, nacimiento y muerte. La sabiduría de la montaña reside en su capacidad de ver un panorama más amplio que el que otros pueden ver desde el suelo y en su capacidad de experimentar el tiempo en siglos. Ha sido testigo de tanto y sigue ahí, como guardiana de la sabiduría y los secretos del tiempo y el espacio.
El agua, por otro lado, es fluida, se mueve fácilmente en su curso buscando el mar. Es suave y relajante como la corriente de un arroyo o un río tranquilo, o puede ser furiosa y embravecida como un río cuando la nieve comienza a derretirse. El agua toma la forma que el entorno requiere pero nunca deja de ser agua y cuando se enfrenta a un obstáculo, se mueve para forjar un nuevo camino ya sea rodeando el obstáculo o creando suficiente presión y fuerza para empujar el obstáculo hacia adelante.
Los Sabios nos han dicho durante milenios que somos tierra, aire, fuego y agua. Esto significa que dentro de nosotros llevamos la fuerza, la sabiduría, el coraje para enfrentar la vida como ellos lo hacen. Por eso, para ser una montaña, me mantengo erguida, en cuerpo o en espíritu, sintiéndome conectada con el suelo debajo de mí y tratando de alcanzar el cielo. Me convierto en un vínculo entre los dos y mi visión se expande; puedo ver o percibir cosas más allá de mi entorno inmediato. Me convierto en el guardián de los pueblos y veo a la gente ir y venir, observo el cambio de estaciones y el cambio que viene con el tiempo. Mi visión llega más allá de mi vida a aquellas generaciones venideras que respirarán estas moléculas que ahora exhalo. Sé entonces que la vida tal como es ahora no carece de esperanza. Ahora entiendo que la Vida es más grande que cualquier cosa que la amenace. Puedo sentir en mi ser la benevolencia de la Vida que me llama, me mueve, me invita a verla a mi alrededor, y empiezo a reconocer a los caminantes que me acompañan. Mejor aún, nos reconocemos y ya no somos montañas solitarias sino una cordillera.
Cuando soy agua, libero la rigidez que ha guiado mi vida por tanto tiempo. Suavizo esta carne que habito y empiezo a moverme a un ritmo diferente. Danzo por la vida y me convierto en agua vivificante. Alimento la tierra y las criaturas que se me acercan. Soy la vida misma fluyendo. La vida milagrosamente se hizo más pequeña para ver el mundo desde este punto de vista. Me muevo con gracia pero también con determinación y coraje. Nada se interpone en mi camino, nada me detiene porque sé hacia dónde voy. Me guía una brújula interior que conoce el camino y me dejo llevar en un viaje de descubrimiento y determinación por todo lo que me espera. Cuando encuentro a otros en mi camino, ya no soy un arroyo, sino un río, rugiendo fuerte y alegre hacia el mar.
Los Sabios también nos han dicho que nunca hay nada que no podamos hacer, sino que, por el contrario, es en los tiempos difíciles cuando descubrimos cómo nuestra capacidad de acción puede extenderse de maneras que no habíamos imaginado.
En estos tiempos, que podamos aprovechar la sabiduría interior que bebe de las montañas y del agua para saber quiénes somos, sentirnos arraigados y movernos guiados por una brújula interior que apunta en la dirección de un mundo donde todos puedan prosperar y donde podamos reconocernos unos a otros como iguales.
*Los Sabios son todos aquellos maestros y guías que a lo largo de nuestra historia humana has compartido estas verdades. Los sabios son antepasados, líderes espirituales, ancianos, gurús, maestras, visionarios, etc.
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