El poema de Pat Schneider, "La paciencia de las cosas ordinarias", me hizo detenerme la primera vez que lo leí. Necesitaba procesar y saborear sus palabras mientras las imágenes pasaban por mi mente. Ella me ayudó a apreciar cuánta sabiduría puede obtenerse de las cosas, eventos, lugares y personas ordinarias. Es decir, de todo aquello que rodea nuestro día a día.
Hay tanta sabiduría en las cosas, los acontecimientos, los lugares e incluso en las personas comunes y corrientes, y su poema lo capta muy bien. La poesía es mística porque ve más allá de las apariencias y ofrece la oportunidad de desvelar el misterio más profundo de las cosas. Un poema capta un instante y nuestras vidas son una acumulación de instantes; nuestros días están llenos de ellos. Nuestra atención, y nuestra apertura a la revelación de las cosas, transforma lo ordinario en acontecimientos extraordinarios.
Por un tiempo, me dispuse a captar la belleza a mi alrededor con la cámara de mi teléfono y comencé a publicar las imágenes en Instagram. Se convirtió en una práctica espiritual que agudizó mi habilidad de ver la belleza que me rodeaba, incluso si había lugares que antes no había considerado como tales. Ahora estoy cambiando esta práctica por la de ver lo sagrado en todas partes.
Hay lugares y espacios que ya son considerado sagrados. Lugares que actúan como poemas, capturando el instante de lo sagrado para hacerlo fácilmente accesible a nosotros: Lugares de culto y otros espacios sagrados que han recibido miles de oraciones y la devoción de muchos; montañas, valles, playas y bosques que evocan la presencia del Misterio de la vida y despiertan en nosotros un sentimiento de asombro; el instante en que sentimos que hemos sanado y que alguna parte nuestra, antes extraviada, ha regresado a nosotros; las profundas conexiones humanas que tenemos con aquellos que amamos y que nos aman.
Pero ¿qué pasaría si invitara a que ocurra esta revelación simplemente planteándome las preguntas: “¿Dónde está lo sagrado aquí? O "¿Qué tiene de santo este lugar?"
Formular las preguntas y después quedarme quieta y en silencio hasta que lo sagrado me sea revelado.
Te invito a explorar estas preguntas tú también:
¿Dónde está lo sagrado en las comunidades a las que perteneces?
¿Dónde está lo sagrado en tu trabajo, hogar, lugares que frecuentas?
¿Dónde está lo sagrado en tu trayecto al y del trabajo?
¿Qué tienen de sagradas las cosas que estás presenciando o viviendo?
La invitación no es a encontrar respuestas, al menos no respuestas lógicas o coherentes como lo harías para una prueba o un simposio, sino a experimentar la respuesta dentro de ti y prestar atención al movimiento de sensaciones que estas preguntas pueden evocar en ti. Es una invitación a explorar las interacciones entre tu mundo interior y el mundo exterior. Es una invitación para encontrar, en el espacio entre ambos, el surgimiento de tu propio poema.
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